El cuarto a oscuras, sólo una tenue luz sobre el escritorio. Algunas hojas sueltas, una canción a medio terminar, mi guitarra negra sobre las rodillas, y mi novio de años esperándome para dormir.
Aunque moría de ganas, la falta de inspiración me impedía recostarme a su lado. Eran esos los momentos en que odiaba, con todo mi ser, el importante contrato que me ataba a aquella butaca.
Hubiera dado cualquier cosa por enredarme alrededor de su cuerpo, como lo hacía cada vez que él se quedaba a pasar la noche conmigo, pero esta vez debía terminar la bendita canción, no podía distraerme.
— ¿Todavía no acabas? — susurró en mi oído haciéndome sobresaltar.
— Joe — levanté mi zurda para acariciar los rulitos de su cuello, aún con la vista fija en los tachones del papel — No escuché cuando te acercaste.
— Estás muy concentrada — rió apoyando su mentón en mi hombro mientras disfrutaba de mis caricias.
— Es que debo terminarla — me quejé — Mañana tengo reunión con Samuel y no logro conseguir nada bueno.
— Quizás pueda darte algunas ideas — aventuró con picardía a tiempo que comenzaba a repartir algunos besos sobre la piel desnuda que tenía a su alcance.
Giré sobre la butaca, sin siquiera soltarlo, y capturé sus labios con ternura. La cabeza iba a estallarme pronto, y nada deseaba más que pasar un tiempo tranquilo con mi novio, antes de dormir.
— No puedo, amor — me lamenté separándome con dificultad — en serio debo terminar — me miró suplicante durante unos segundos, y luego su expresión cambió— Ay no, dime que no estás molesto… — me asusté.
— Molesto no, Cami, estoy harto — me espetó incorporándose de golpe — Siempre el trabajo es primero, ¿Hace cuanto intentas terminar con esa bendita letra?.
— Joe, por Dios — intenté calmarlo y evitar que comenzara a juntar sus cosas — bien sabes que esto no es mi culpa, ¿Qué más quisiera que estar contigo en paz, sin tener la cabeza inmersa en el trabajo?, creí que justamente tú ibas a entenderlo…
— Juro que lo intento, pero no logro entenderte — su mirada era ruda, y las lágrimas comenzaban a agolparse, nublándome la vista.
— Dime que no estoy escuchando lo que creo estar escuchando Joseph, por favor — le rogué al borde del llanto.
— De verdad me gustaría que todo fuera diferente, Cami, pero así no puedo continuar —dijo abrochando los botones de su camisa.
— Amor, ¿Qué estás diciendo?, Es un chiste, ¿cierto? — pregunté con desesperación, buscando abrazarlo.
— No Camila — sus brazos me alejaron sin dejar de lado la delicadeza habitual — Perdóname, pero creo que lo mejor va a ser que olvidemos todo esto.
— ¿Olvidarnos de todo? ¿Estás loco?. Joe yo te amo, no puedes pedirme semejante cosa — sollocé.
— También te amo Cami, pero créeme que es mejor así — aseguró besando mi frente y alejándose con rapidez antes de que pudiera replicar.
Comencé a retroceder de forma inconciente hasta lograr arrojarme sobre la cama con ambas manos cubriéndome el rostro, dándome el espacio para poder llorar con libertad.
No podía ser cierto. Seguramente iba a despertarme de aquella horrible pesadilla y Joe estaría sonriendo a mi lado, disfrutando verme dormir como cada mañana.
Sin embargo, todo era demasiado real. Mis pies descalzos sentían el frío que el parqué les trasmitía, y, al levantar la vista, pude descubrir que aquellos papeles sobre el escritorio seguían atormentándome.
Maldecía mi estúpida falta de inspiración, pero, sobretodo, maldecía a Samuel. Por culpa de sus exigencias, Joe se había marchado y eso me hacía sentir fatal.
La sobrecarga de trabajo había conspirado contra mi noviazgo, y yo misma había ayudado, auto exigiéndome más de lo debido. Quizás era eso a lo que mi novio, o tal vez “ex”, se estaba refiriendo.
Sequé mis lágrimas con violencia, y me incorporé de golpe para volver a caminar hacia la butaca que me había tenido presa durante tantas horas. Me sentía morir por dentro, aún así, tomé un papel en blanco y comencé a escribir algo totalmente diferente.
Sabía que no serviría de nada, pero, sinceramente, esa fue la única manera que encontré para descargarme. Debía expulsar todo el dolor, dejarlo salir, y sólo así podría volver a poner mi atención en aquella estúpida letra que había arruinado mi noche.
Me dolía el cuello, sentía los ojos hinchados y un tirón bastante incómodo en mi espalda. La guitarra me pesaba sobre las piernas, y mi mejilla izquierda se encontraba totalmente entumecida.
Me había quedado dormida sobre el escritorio, y, ahora que despertaba, los recuerdos volvían, estrujándome el corazón.
— ¡Maldición! — exclamé al ver la letra, todavía sin terminar.
El reloj marcaba las 7am. En dos horas tenía una importante reunión y aquel perverso trozo de papel parecía querer seguir burlándose de mí.
Sin prestarle demasiada atención, y buscando que mis nervios continuaran en su lugar, me incorporé con decisión para dirigir mis pasos hacia el baño. Una ducha era lo que necesitaba. Tal vez, si lo hacía con suficiente rapidez, tendría todavía algo de tiempo para que la inspiración apareciera de repente. Debía hacerlo si no quería que mi pelea con Joe hubiera resultado completamente en vano.
Luego de unos minutos, en los que intenté poner mi mente en blanco, detuve el correr del agua y me envolví en una suave toalla, pretendiendo no demorarme en exceso.
Mis pies me condujeron otra vez hacia el escritorio, y, un rápido vistazo, me sirvió para descubrir un pliego que había pasado inadvertido ante mis ojos la primera vez. Leí cada una de las palabras que se encontraban escritas en él, y las lágrimas volvieron a querer recorrer mis mejillas.
La lírica expresaba, todo lo que sentía en esos momentos; era una canción agotadora, aunque sinceramente hermosa.
— Tal vez… — medité en voz alta antes de doblar la hoja, guardarla en mi cuaderno, y dirigirme al vestidor, dónde elegiría mi atuendo para la reunión.
“¡Es increíble! ¿Cómo es que se te ha ocurrido? ¡Será todo un éxito!”, fueron las palabras de Samuel al leer aquello que había escrito en un momento desesperado y casi inconciente.
Todavía sonreía amargamente al recordar su expresión, mientras recorría los pasillos de vuelta a mi departamento. Si tan sólo supiera que esa canción era el resultado del momento más doloroso de mi vida, realmente dudaba que estuviera tan feliz por mí.
Arrojé mi bolso sobre el sillón, las llaves sobre la mesita, y me detuve frente a la imagen del espejo en el recibidor. Las ojeras que decoraban mis hinchados ojos eran impresionantes y, en un acto reflejo, casi corrí hasta la habitación en busca del corrector.
Me extrañé al encontrar la puerta del cuarto cerrada, y volví a frenar mis pasos intentando recordar el momento en el cual había decidido dejarla así. Probablemente lo había hecho sin pensar, todo lo que estaba ocurriendo me tenía extremadamente ida, y quizás sólo había sido otro momento más de inconciencia.
Aún estaba algo pensativa cuando giré con cuidado el picaporte, razón por la cual, lo que sucedió a continuación, me tomó totalmente por sorpresa.
Un tirón de muñeca logró tumbarme sobre el blanco acolchado que cubría mi cama, y creí estar alucinando al ver la figura de Joe, justo sobre mí.
— Joseph… ¿Qué…?
— ¿Fuiste a la reunión? — me interrumpió de repente.
— S-si, cla-ro — titubeé.
— ¿Y? ¿Qué dijo Samuel?, ¿Le gustó la canción? — preguntó con un marcado entusiasmo que no lograba comprender.
— Le encantó… ¿pero que…? — Sus labios me impidieron seguir hablando, capturaron los míos en un beso que, aunque sonara estúpido, había extrañado — No entiendo… — dije, casi en un susurro, ejerciendo presión sobre sus hombros para lograr separarlo.
— A veces es más fácil escribir una canción cuando tienes el corazón roto — sonrió, para luego dirigir sus labios a mi cuello.
— ¿Estás insinuando que todo lo que sucedió anoche fue sólo una pantomima para que lograra terminar de escribir? — razoné volviendo a separarlo.
— No me lo agradezcas — carcajeó haciendo fuerza con sus brazos a ambos lados de mi cuerpo, para mantenerse en posición.
— No voy a hacerlo — sentencié algo molesta — Joe…yo…de verdad la pasé mal.
— Oh, lo siento, linda — se disculpó levantando su diestra para acariciar mi mejilla — sólo quería que Samuel viera la increíble compositora que tiene a su lado.
— También yo — admití — Pero no de esta forma…
— De verdad lo lamento — repitió — Lo que menos quería era hacerte sufrir…Ahora, ¿cómo crees que pueda compensarte? — preguntó con picardía, a tiempo que volvía a capturar mis labios y su mano comenzaba a colarse por debajo de mi camisa, produciéndome un placentero escalofrío.
— Ok, ok, que me compenses así no es una mala idea — lo interrumpí sonriendo — Pero también debes prometerme algo…
— Lo que quieras.
— Prométeme que jamás intentarás ayudarme con mi trabajo otra vez – dije enredando mis brazos en su cuello para jugar con sus rulitos.
— Prometido — aseguró antes de volver a besarme y continuar con su recompensa.
domingo, 4 de octubre de 2009
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