viernes, 18 de septiembre de 2009

Weird

Caminaba sin prestar atención a los gritos, a los aullidos clamando ayuda, suplicando que alguien los liberara de la tortura que vivían día a día, pero ella se negaba a que sus plegarias la afectaran; sólo así fue que consiguió el empleo, no cualquiera podía entrar a trabar a esta «clínica especial», cómo solían llamarlas los ancianos que se hacían cargo de la institución siquiátrica. Camila llevaba cinco meses trabajando ahí y tenía estrictamente prohibido establecer algún tipo de cercanía con los pacientes.

La mayoría eran peligrosos.

Su trabajo consistía en llevarle las bandejas con alimentos y medicamentos a cada uno de sus «chicos» y asegurarse que se tomaran las pastillas, pero por más que ella quiso respetar las reglas, no pudo evitar sobrecogerse con el caso de un paciente.

Él estaba internado en aquel solitario lugar hace años, no era consciente de cuántos, ni del porqué, sólo sabía que alguien lo había abandonado ahí cuando él le contó lo que podía hacer. Sin duda, este paciente era especial; nunca hablaba con nadie, ni con otros internos, ni con los auxiliares que trabajaban ahí. Hasta que llegó Camila, la única que escuchó su voz desde que él había sido internado.

—Puedo saber todo lo que has hecho en tu vida, desde tu primer respiro hasta ahora, todo con lujo de detalles —él le contaba desde el otro lado de la estrecha y oxidada reja.

A los internos como él los mantenían en la parte más oscura y alejada de la institución, donde el oxigeno escaseaba y la presión era más alta de lo normal. Más abajo que un sótano, más que una cámara de seguridad, ahí los tenían a ellos, en pequeñas celdas enmohecidas con un ducto de ventilación en el alto techo, oscuras como una noche sin estrellas, donde la única luz que llegaba a sus ratoneras era una parpadeante bombilla en el pasillo, el cual quedaba en contacto con la estrecha reja que dividía los ambientes. No disponían ni de una cama donde dormir, solo unas sucias mantas que hacían parecer a un viejo cartón, la cama de un rey.

— ¿Cómo es eso posible? —preguntó Camila sin poder ocultar la fascinación que le provocaba la intensidad de aquellos ojos dorados.

—Solo necesito tocarte y puedo ver en mi mente tus recuerdos.

Una sonrisa torcida y hasta incrédula se escapó del rostro de él. Todos podían afirmar que jamás lo habían visto hacer aquello, era la primera vez que alguien no lo miraba ni trataba de loco por contar su talento, sino que lo observaba expectante y hasta ansiosa. Le agradaba, Camila le agradaba.

—Parece imposible —comentó la morena aún asombrada por lo que él le contaba.

— ¿Quieres probar?

Él metió su mano entre los barrotes, apenas alcanzaban a salir los dedos, pero era suficiente si tan solo ella quería que él la tocara.

Sí quiso.

Los ojos de él se abrieron de par en par, sus pupilas se dilataron hasta casi dominar todo con su color negro y hacer desaparecer el dorado cálido que antes deleitaba a la chica. En menos de un minuto él vio todo, los veinte años de recuerdos que poseía Camila, ahora también los poseía él, cada experiencia, caída, llanto, alegría, desilusión, desamor… él lo vio con sus propios ojos.

—Tu padre abandonó a tu madre cuando tú tenías cinco, lloraste por un mes y no quisiste salir de tu casa durante dos. A los quince te enamoraste de tu vecino, pero te rompió el corazón pidiéndote que lo ayudaras con tu mejor amiga. A los diecinueve, después de enterarte de la apuesta de Mark, juraste que nadie más entraría a tu corazón, pero hoy estás aquí y has roto tu promesa —hablaba casi de manera automática mientras le comprobaba la verdad, con sólo tocarla pudo ver su pasado, cosas que nadie más sabía.

Desde entonces siempre era lo mismo, ella llevaba la bandeja y se quedaba horas a su lado, conversando, tratando de entender su aislamiento, el porqué no luchaba para salir de aquí, el porqué se dejó someter a este exilio. Ella no pudo evitarlo, se encariñó con él y quería ayudarlo. Él no sabía que sentía. Toda su vida, estuvo solo, no sabía que era la amistad, el amor, la felicidad o hasta el dolor, sólo lo había visto en recuerdos ajenos, que era lo único que tenía. Recuerdos de otras personas, pero no propios. No recordaba nada acerca de él.

— Edward, tú no estás loco — Camila había metido su pequeña y delgada mano entre los barrotes para acariciarle el cabello como a si de un niño se tratase— y por lo tanto, tienes que salir de aquí.

Él sólo clavó sus ojos azules en ella y no bastó más. Él la conocía como nadie y ella era la única que lo conocía. Su relación era diferente, única y no eran necesarias las palabras para entenderse.

Estaba decidida, no le importaba nadie más ahí dentro, ni siquiera le preocupaba si perdía el empleo o no, podía renunciar si quería, lo único que tenía importancia ahora era sacarlo de ahí. Empujaba la mesita metálica de ruedas donde siempre llevaba las bandejas, esta vez la cubría con un mantel negro. Le había dado tranquilizantes a José sin que se diera cuenta, ahora él, el vigilante de turno, dormía plácidamente y ella tenía en su poder las llaves de las celdas.

Tenían que ser rápidos, no podían fallar, era su única oportunidad.

Haciendo oídos sordo a los gritos desesperados de los demás pacientes que pedían su atención, su ayuda, la misma que le estaba brindando ahora a Edward. Abrió la celda y como le había explicado durante días, él hizo lo que ella le pidió. Ágil como una gacela se contorsionó entre las patas de la mesa y se dejó cubrir por el mantel, sin moverse y apenas respirando espero la señal. Tres golpes sobre su cabeza, era lo único que esperaba.

Camila se devolvió, con la pila de bandejas sobre la mesa simulando cumplir su labor. Se detuvo al lado de José y borró la parte de la cinta que mostraba la fuga de Edward. Dejó la llave en su sitio y siguió su camino. En el elevador golpeteaba con su pie el piso, estaba ansiosa quería salir lo antes posible.

Llegó al primer piso y buscó aquel gran armario donde guardaban las mesas y demás utensilios que se le proporcionaban para mantener ordenado y limpio. Le avisó a Edward, tres golpes con sus nudillos sobre la superficie metálica y él salió con cuidado, antes de poder decir algo ella le indicaba su nuevo escondite.

Ahora ella empujaba un gran tacho verde de basura. Sin llamar la atención de los demás auxiliares estuvo fuera, al lado de su carro donde tenía el resto preparado. Hasta ahora, todo iba bien.

Uno, dos, tres. Tres golpes y Edward salió del tacho, miró extrañado el brillo de las estrellas, el ruido de los pájaros al cantar, el grito del viento que corría aquella noche, se sorprendió al respirar este nuevo aire, al sentirse tan libre.

—Toma — Camila le lanzó una mochila verde oscura—, ropa para que te cambies esa sucia bata, también hay una toalla húmeda y otras cosas para que te limpies un poco; yo miraré para otro lado.

Con las mejillas ruborizadas, Camila se giró y le dio la intimidad necesaria para que él se cambiara. Ella sabía que él tenía una belleza que estaba oculta, pero no se la imaginaba de tal forma, tan arrebatadora. Él era perfecto, sus ojos eran solo una parte de su belleza, su piel era deliciosa al tacto, blanca y suave, con un ligero brillo; cada rasgo de su rostro era perfecto, delicado y a la vez agresivo, una apariencia tan masculina que la intimidaba. Cambiaba mucho con un poco de agua, colonia y ropa.

—S-su… sube al c-carro, por favor —balbuceó aturdida ante la imagen de hombre que tenía en frente.

Él obedeció con una sonrisa, se sentía extraño, pero eternamente agradecido. Ella condujo mirándolo a hurtadillas de vez en cuando, él miraba embelesado cada cosa que aparecía, por fin podía ver por sus propios ojos todo aquello que había visto en los recuerdos de los demás.

Camila detuvo el auto frente a una playa, estaba amaneciendo y no había nadie más. Edward bajó sin esperar indicaciones por parte de su salvadora, ansiaba ver el mar de cerca, poder tocar la espumosa agua con sus manos. Ella lo dejó disfrutar mientras lo contemplaba con ojos de enamorada.

—Gracias —se volvió para mirarla a esos ojos color chocolate.

—Es tiempo de que ahora hagas tus propios recuerdos ¿no?

Con una sonrisa encantadora, amplia y llena de felicidad le respondió tomándola del rostro con ambas manos y arrastrándola a hasta su encuentro, juntó sus labios en una delicada presión que poco a poco se convirtió en un ansioso juego.

—Y tú estarás en todos ellos —agregó para volver a asaltar su boca mientras ella lo abrazaba por el cuello y respondía a todos sus movimientos.

En todos, ella estaría en todos sus recuerdos y él en los de Camila.

aqui les dejamos el primer cuento esperamos que les guste

Mi hermanastro


Mientras tomaba un agradable baño, mi cabeza divagaba en el ¿porque?, verdad mi madre se había vuelto a casar con Pascual, un caballero, y lo principal era que la amaba, en fin el era muy bueno conmigo y le comencé a tener gran afecto, a mi lo que en realidad me importaba era que quisiera a mi madre, y él la quería por sobre toda las cosas, veía a mi padre muy pocas veces, pero le seguía queriendo, o incluso más, el era muy bueno conmigo. La verdad mis padres rehicieron sus vidas cada uno por su lado, a mi lo único que me importaba era su felicidad y si eran felices por que yo no. Pero mi problema no era ese, la verdad el esposo de mi madre tiene un hijo, Zac, no hay chico más engreído que él, cuando llegó a mi liceo fue y es el chico más popular, es verdad es hermoso, pero no podemos estar juntos o al menos no podíamos.

Todo comenzó, cuando mi mejor amiga Camila, empezó a babosear por el, ya en otras palabras moría por su amor, moría por el amor de Zac, si quizás Zac sea popular y todas esas cosas, pero Zac no se fija en nadie, o eso pensaba mi cerebro, mi mejor amiga me pide consejos para impresionar a mi hermanastro, y yo no se pero como que sentí algo en mi interior, como celos, yo celos de Zac, no, así que decidí darle algunos consejos como, que se soltara el pelo, que se pintara no como una mona pero que se pasara una manito de gato, se subiera un poco más la falda que le llegaba a la rodilla y que de preferencia siempre la viera con un chico, en fin esa misma tarde me extrañe al ver a mi tan amiga Camila besándose, pero no con Zac, si no con Jake, el mejor amigo de mi hermanastro, a mi no me cabía en la cabeza que como siendo tan popular no pololeara, lo esperaba de mí, pero no de él.

En ese momento fue cuando volví a tierra, sentí abrir la puerta del baño, se me había olvidado que me estaba bañando, la verdad, pensé que era mi madre abrí la cortina y quede impactada, fue un golpe de mala suerte, era él. Cual de los dos no estaba más rojo, en verdad Zac al verme se dio vuelta altiro, menos mal, que sólo deje ver mi cabeza, cuando abrí la cortina.

-lo si-en-Toh, dijo casi en un susurro y salió del baño.

Era una de las peores vergüenzas que había pasado, y todo eso me paso, por no haberle puesto la tranca a esa maldita puerta. Salí echa un cuete a vestirme arreglarme y salir a hablar con Zac, a decirle que no fue culpa de él y que en realidad no importaba.

Me fui directo a su habitación, a tocarle la puerta de hecho nunca había entrado a su pieza, el dejo la puerta entreabierta como si me hubiera estado esperando, estaba sentado en su cama, y me volvió a decir lo siento

- oye no es tu culpa, es sólo que se me olvidó poner el pestillo, aparte no viste nada, y somos prácticamente hermanos.

- Ese es el problema yo no quiero ser tu hermano

En ese preciso momento me beso, y yo le devolví su beso, la verdad como pude estar tan ciega, yo le quería, mi organismo no respondía de sus actos, los dos teníamos casi la misma edad, exceptuando que él era mayor de edad y yo sólo tenía 17 años, pero eso que importaba, el me quería y yo le quería, la edad es lo de menos, se levantó de la cama, y me levantó con él, pero enseguida nos recostamos en la cama el encima de mí, nos besábamos con pasión, con locura, era una sensación de frenesí, me saco mi chaleco yo saque la de él, mi cabello recién arreglado, quedo totalmente estropeado, me encantaba pasar la mano por los hermosos cabellos de Zac, pero derepente, los dos caímos de la cama.

Eran nuestros padres que aparecían, y gritaba

- ¿hay alguien en casa?

- Si, gritamos los dos en conjunto, y nos reímos, dimos nuestro último beso y nos dijimos un hermoso -te amo, para salir al encuentro de nuestros padres.

Fin


Inicio.

Primero que nada, nos presentaremos: Somos dos amigas que escribimos cuentos & no sabemos donde publicarlos. Nuestros nombres son Camila & Consuelo. Esperamos que lean nuestras mini novelas.
Con cariño.

Chelo & Mila