viernes, 16 de octubre de 2009

El Brillo Del Bosque.

Siempre se creyó la única alma en ese desolado bosque, y eso era lo que quería. No es que fuese un autista, simplemente, le gustaba tanto ese antiguo lugar, tan lleno de misterio y una aura especial, sin olvidar que estaba rodeado de todo lo que a él le parecía fascinante. Rocas, minerales —en un estado tan puro que parecía que alguien cuidaba de ellos para que no se deterioraran— y hasta fósiles si andaba de suerte ese día. Había ido hasta ese bosque numerosas veces, prácticamente formaba parte de su rutina, al menos día por medio, si es que no todos los días. Adoraba sentirse rodeado de la naturaleza y nada más, solo pequeñas y débiles respiraciones que apenas podía detectar que correspondían a asustados animales ocultos entre los matorrales.

A veces le faltaba un poco de conversación, siempre se había caracterizado por ser alguien sumamente sociable, pero cuando entraba al bosque, olvidaba todo aquello de lo que gustaba excepto la naturaleza. Parecía que este lugar, tan alejado de la civilización, oscuro, tranquilo pero aún así, algo tenebroso si se hacía de noche, repelía a todo el mundo, menos a él. Por alguna extraña razón, se sentía sumamente atraído a adentrarse entre aquellos espesos árboles que le ofrecían una cantidad sin fin de elementos preciosos entre sus raíces, y como dedicado geólogo que era, no podía negarse a semejante oferta. Un abastecimiento ilimitado de todo lo que a él podría hasta robarle la respiración, era la más tentadora oferta.

Siempre, pese a que todo aquel que sabía que él venía a este oscuro bosque le decía que ni loco lo acompañaría, porque el lugar estaba encantado, él nunca sintió ninguna otra presencia, al menos, no una que fuera ajena a él y los animales que lo rodeaban y a los que se había habituado tanto que hasta a veces le hablaba.

Pero hoy era distinto.

Hoy se sentía observado, vigilado por alguien que no era un animal. Al menos, no uno de los que normalmente, rondaban por estos alrededores. ¿Acaso había llegado algún tipo de depredador en estos cuatro días que él estuvo alejado? Tonterías, se dijo a sí mismo, no ha de ser nada nuevo ni extraño, sólo estoy alucinando por todos los discursitos de Eric.

Siempre culpaba a su amigo por meterle diferentes ideas en la cabeza; era quien más insistía con el asunto de que el bosque estaba encantado, pero no, él sabía que no era así, que su bosque no estaba encanado, porque así lo sentía. Suyo. Sólo se sentía observado porque estaba recordando todas las palabras de advertencia que le había hecho su amigo.

«Te digo que está embrujado, hermano, no deberías ir ahí, un día te va a pasar algo y nadie podrá ayudarte. No serías el primero en desaparecer»

Podía escuchar con claridad las palabras de su amigo en su cabeza, se repetían una y otra vez, pero él no le creía y no debía dejar que sus insistentes palabras cargadas de preocupación, cambiaran lo que él creía desde siempre. Llevaba viniendo a este bosque casi ocho meses, y jamás había sentido algo extraño. Claro, hasta ese día.

Culpaba a su amigo, no podía ser nada más, seguro era otro animal y lo sentía diferente porque dejaba que las palabras de su amigo lo afectaran. Aún así, aunque se convenció de que no era nada extraño, la sensación de tener una mirada clavada en su nuca le ponía los vellos de punta. Era tan extraño, si se ponía a pensar en eso, se sentía cada vez más observado, más vigilado. Sí. Así se sentía: vigilado por algo… o alguien. Pasó por su mente la posibilidad de que fuera su mismo amigo tratando de hacerle una broma, pero bien sabía que él no entraría al bosque ni aunque le pagaran una fortuna por ello; menos lo haría para asustarlo a él.

Quería dejar de pensar en que alguien lo vigilaba, estaba casi cien por ciento seguro de que si se olvidaba de eso, ya no sentiría nada extraño. Pero no podía. De hecho, cada vez sentía que estaban más cerca de él y que lo miraban con más intensidad. Entonces, escuchó el crujir de unas ramas. No se quiso voltear, pero aquel crujido casi le quita el alma. Estaba tan pendiente de lo que sucedía a su alrededor, que aquel ruido le pareció más fuerte de lo normal. Mucho más fuerte.

Esperó hasta que se repitiera algún ruido, o algo que delatara a lo que estaba cerca, pero nada sucedía; no podía oír más allá de su irregular respiración y los acelerados latidos de su corazón. Si hasta parecía que todos los demás animales que siempre le hacían compañía, habían desaparecido, y eso que estaba muy acostumbrado a ellos, siempre podía oírlos. Su oído se había agudizado en todos estos meses y ahora estaba más agudo que nunca, pero no podía oír nada más. Era como si no hubiera nada más ahí, aparte de él mismo.

—Me he de estar volviendo loco —dijo en voz alta y se giró para seguir buscando una nueva muestra.

Fue cuando se agachó nuevamente cuando escuchó un suspiro. Era, claramente, uno de alivio, como si hubiese estado tenso durante mucho tiempo y conteniendo la respiración, y por fin, podía respirar. Él sabía que aquel suspiro no le pertenecía a él ni a ningún otro animal. Había alguien más cerca y, ahora, su deseo más grande había dejado de ser encontrar un nuevo fósil para convertirse en saber qué lo estaba vigilando. Como sabía que si se movía en busca de aquel ente, éste desaparecería o escondería otra vez, permaneció donde estaba como si no hubiese oído nada. Sintió que lo observaban con intensidad, no como si él fuera una presa, sino, como lo más interesante que podría existir en ese lugar. No tenía miedo, sino una gran urgencia por saber, de una vez por todas, que había de extraño en este día y quien lo miraba con tanto ahínco; quería saber qué tenía él de interesante comparado con este majestuoso bosque. Además, quería saber quién podía compartir su interés por este bosque.

Sin moverse mucho, y tratando de simular que no había notado nada extraño, giró su lupa que colgaba de su cuello para que la superficie metálica y brillante que protegía el lente, se convirtiera en un espejo para ver qué ocurría a su espalda. Todo se veía oscuro, los rayos del sol llegaban con dificultad, pero de pronto algo iluminó aquel oscuro rincón.

Fue algo que lo dejó sin aliento. Claramente no había sido un simple rayo de luz que iluminó un poco para que él viera, al contrario, parecía que había sido algo que nunca debió suceder. Punto uno: no debía de haber cristales entre los árboles del bosque porque era peligroso, podía generar un incendio. Y punto dos… bueno, no tenía un punto dos. Él vio como la oscuridad se iluminaba de repente por muchos haces de luz que se formaron porque uno en particular, se reflectó en una superficie que separó el rayo de luz solar en muchos otros con diferentes matices. Igual a lo que sucede cuando incide un haz de luz sobre un cristal, sobre un prisma. ¿Pero que podía haber en el bosque que produjera ese efecto? Él sabía que no había olvidado nada en sus anteriores visitas, y también sabía, que él era el único que visitaba el bosque. Al menos, eso crecía hasta ahora.

Intrigado, espantado y hasta asombrado, se giró rápidamente en busca de lo que había producido que aquel sector del bosque se iluminara por completo. Se sorprendió de lo que en un principio vio.

Nada. Absolutamente nada.

Desilusionado y hasta creyéndose un loco por imaginar esas cosas, se volteó un poco para volver a su anterior ocupación. Sacudía la cabeza para borrar todos sus pensamientos, pero algo le llamó la atención y volvió a clavar la vista en aquel rincón del bosque.

Tan oscuro como estaba, igual pudo ver algo que no pertenecía ahí. Su corazón comenzó a golpear con una fuerza increíble dentro de su pecho. Sentía crecer dentro de sí una fuerza impresionante, algo que le gritaba que todo en su vida estaba por cambiar en aquel minuto, pero que también le decía, que no debía temer. Fuese lo que fuera, no le haría daño. Al menos, no a él.

Pese a que se escondía tras el tronco de un árbol, él pudo ver una silueta —parte de ella, mejor dicho—. Le bastó ver una parte de su brazo para saber que no era un animal ni un hombre; sino una mujer, una delgada y frágil chica que se escondía. ¿Acaso estaba perdida? Quizás había llegado al bosque durante la noche o algo, se perdió de su grupo y acabó en este lugar y ahora estaba asustada en la oscuridad, pero ¿por qué se escondía de él si, por lógica, podría ayudarla a salir? Sabía muy bien que él no despertaba temor en nadie, su apariencia no era tan parecida a la de un ermitaño, sabía por la boca de todos sus conocidos, que él derramaba amabilidad por todos sus poros y que tenía grabada a fuego en su piel la esencia de un geólogo en todos sus términos.

—¿Hola? —Llamó cuidadosamente esperando ver la reacción de la chica oculta tras el árbol, pero ella no se movía— Tranquila, no te haré daño. Puedo ayudarte.

Eso quería él: ayudarla. No le haría nada malo, si tenía que salir del bosque en este preciso momento, con las manos vacías y sin nada interesante, se iría para poder ayudarla a ella; él podría volver más tarde.

—No deberías acercarte —le advirtió una suave voz cuando él dio un paso para acercarse.

Él corazón le dio un vuelco, sintió que una mano inexistente tomaba su agitado músculo para apretarlo con fuerza. Sólo habían sido tres palabras, pero la voz procedente lo había aturdido. Muchas veces había escuchado hermosas voces, cantarinas y deliciosas como la de ahora, pero ninguna le había producido aquella extraña sensación que ahora parecía embriagarlo más que cualquier licor que hubiese probado.

—No es seguro para ti —volvió a advertirle, pues él no se detuvo antes, fue un acto automático, inconsciente quizás. Sólo quería volver a escucharla.

—Si no lo es para mí, —habló él sin dejar de acercarse— tampoco para ti. Sólo quiero ayudarte.

Volvió a insistir extendiendo su mano. La vio vacilar. No podía ver su rostro en la oscuridad, pero si su cuerpo que se movió indeciso, sin saber si acercarse o salir corriendo.

—No te haré daño, no temas —dijo él, pensando en que así la ayudaría a decidir a aceptar su ayuda.

—No temo por mí, —su voz lo acariciaba, parecía que lo envolvía en una nube hecha sólo para él— sino por ti. No quiero que te pase nada, Nicholas.

¿Sabía su nombre? ¿Cómo era posible? Estaba seguro que nunca había hablado con ella, recordaría una voz tan especial si así hubiese sido. Tampoco había hablado con alguien que no fuese un animal en este bosque, por lo que nadie lo había llamado por su nombre aquí.

—¿Cómo sabes mi…?

La pregunta quedó en el aire cuando la vio aparecer por completo, sin acercarse a él, pero dejando de esconderse. Aunque la oscuridad en aquel rincón era mucha, ella parecía brillar por sí misma. No como un ángel o como si tuviera una linterna en la piel, sino que su belleza y la magia que producía en él, hacía que todo lo demás a su alrededor perdiera importancia y su propio brillo, y sólo la dejaba ver a ella, nada más existía y, únicamente, podía verla a ella.

Su piel ligeramente morena, pero aún así, muy pálida, se veía tan suave, tan limpia y exquisita al tacto. Los mechones de su negra cabellera caían sobre sus hombros con delicadeza y la ligera brisa que corría hacía bailar a algunos que rozaban los rasgos de su cara, aquellos finos rasgos, delicados y tan bien armonizados dentro de toda su maravillosa figura. Alta y esbelta, con unos enormes y atrapantes ojos marrones lo había dejado sin aliento, más cuando vio su sonrisa, amplia y reluciente, pero aún así, parecía no estar completamente segura si sonreírle, como si ocultase algo. A él no le importó, cuando la vio ahí, vestida con sus ligeras prendas en tonos tierra y violeta frente a él, no existió nada más, olvidó todo lo que tenía en la mente para sólo fijarse en ella, la hermosa chica que no podía tener más de un año menos que él y que estaba parada ahí sin ningún temor, ni reflejando que estuviese perdida o algo por el estilo, al contrario, parecía que el mismísimo bosque fuera su hogar y que estaba preocupada por él. Como le había dicho.

—No quiero hacerte daño —le advirtió, pero él no pudo más que soltar una tonta risita ¿podía ella hacerle daño? No lo creía posible, sólo podía deleitarlo—, ni siquiera por accidente.

Él negó con la cabeza y volvió a dar otro paso, quería saber si era real, no creía que pudiese existir alguien con aquella belleza y voz parada frente a él; necesitaba saber que no era un sueño. Entonces un nuevo haz de luz que se filtró entre las ramas llegó hasta ella y supo que había sido lo que produjo la anterior luminosidad en el bosque.

¡Maldito haz de luz!

Tenía que colarse entre las ramas ahora, justo cuando él estaba tan cerca, cuando no se veía ni asustado ni nada parecido, sino que maravillado. ¿Ante qué? Ella no estaba segura. Ahora, cuando él se acercaba, la luz tenía que ponerla en evidencia. Podía ver el horror en los ojos de él, en esos hermosos ojos azules que desde el primer día la atraparon como el más fuerte de los hechizos. Podía leer en su expresión el asco que producía verla ahí, brillando por la luz que chocaba en su piel y se quebraba en millones de otros destellos hacía el exterior. La veía como el monstruo que era.

Bajó la mirada acongojada, sumamente avergonzada y gritándose en su fuero interno por haber sido tan idiota; nunca debió acercarse tanto como para que él se diera cuenta de su presencia, como para que la descubriera. Tenía que seguir como lo había estado haciendo hasta entonces, oculta entre los árboles a una distancia prudente y satisfecha con, al menos, poder verlo. Pero no, tenía que ser tan estúpida como para acercarse más, sólo para poder sentir aún más su dulce y único aroma más de cerca, para poder oírlo respirar con mayor claridad, para sentir su calor un poco más de cerca. Se acercó y ahora todo estaba arruinado. Él sabía que ella era algo fuera de este mundo, un monstruo y ahora saldría corriendo para nunca más volver. No lo volvería a ver y todo por culpa de su imprudente acción de acercarse más de lo debido.

Llevaba meses observándolo, esperando cada día que apareciera en el bosque otra vez con una ansiedad indebida. Se había vuelto la razón de su existencia, el motor que hacía girar su mundo. Pequeño, destrozado y solitario mundo. Él, un simple humano, alguien que se atrevió a entrar al bosque después de todos los rumores que se habían corrido y que ella hizo empezar para mantenerlos a todos alejados, y así, protegerlos a todos de ella. De una vampireza.

Ahora su mundo volvería a estar vacío, sin ningún brillo ni una luz que le diera sentido, porque ella lo había echado a perder dejando que él la viera. Espantándolo.

—¿Qué… qué diablos eres? —él habló con voz estrangulada. Le sorprendió que aún estuviera ahí, parado tan cerca y sin haberse alejado ni un milímetro. ¿Tanto lo había paralizado el miedo?— Tú… tú estás… estás brillando.

Balbuceaba como un niño de dos años, asombrado, pero no se alejaba. ¿Por qué? ¿Por qué no salía corriendo como todos aquellos que —ya sea por error de ella o mala suerte de ellos— la habían descubierto antes? Sabía que él era especial, lo sentía en su inerte corazón desde el primer día, pero nunca se imaginó que tanto.

Había esperado muchos meses para hablar con él, para presentarse y poder guardar ese recuerdo como un tesoro el resto de su vida. No. de su existencia. Ahora se daba la oportunidad de crear ese recuerdo, pero tenía miedo de que al hablar lo espantara más aún, pero incluso así, sentía la urgencia de decirle todo.

—Un vampiro —le dijo casi en un susurro, sentía vergüenza de lo que era y, más aún, de decírselo a él—. No como los que creías que existían, no como los que hace creer el folklore popular; pero aún así, soy real y peligrosa… para otros, porque a ti no puedo hacerte daño —eso siempre se lo repetía a sí misma, a él jamás lo dañaría—, jamás te lastimaría.

—¿Quién eres? —aún estaba encantada de que él no saliera corriendo. Quizás tenía una oportunidad, quizás él no la aborreciera tanto por lo que era.

— Camila —siseó sin darse cuenta del paso que daba para acercarse a él, pero sí, percatando que él no se alejaba y la distancia aminoraba.

—¿Hace cuanto que estás ahí? —¿Por qué hacía tanta pregunta? ¿Por qué aún no salía corriendo? ¿Acaso ella no lo aterrorizaba aunque le confesara lo que era?

—Desde que tengo memoria, este bosque es mi hogar, aquí vivo.

Al azul de los ojos de él centellaron capturándola y haciéndola creer que él era demasiado perfecto para ser cierto, quizás estaba soñando despierta —otra vez— con un encuentro con él. Eso tenía más sentido; todo era una fantasía. Una fantasía más.

Pero él sonrió. No, ella jamás podría imaginar una sonrisa tan perfecta, no podía recrear de tal manera la belleza propia de él. Su mente no era tan majestuosa para crear una fantasía como esta. Esto era la realidad.

De pronto nació la urgencia de acercarse más, de tocarlo y gritarse a sí misma que dejara de buscar excusas, que él estaba ahí, parado frente a ella sin huir y con su corazón latiendo a mil por segundo. Sí, su corazón iba más rápido de lo que nunca había escuchado, podía ver más alucinación en sus ojos que cuando halló su primer fósil en este bosque, su corazón latía con más fuerza que cualquier otro día, incluso cuando la felicidad lo hacía saltar de la emoción. Ella lo observaba siempre y esta era la primera vez que lo veía así, que lo escuchaba así.

—Tienes un nombre precioso —habló con voz aterciopelada, relajando su postura y sonriendo ¿maravillado?—. Pero más preciosa eres tú.

Lo último fue un susurro que, evidentemente, él no esperaba que ella oyera, pero el chico rubio de cabello rizado y dueño de los más perfectos ojos azules que ella podía imaginar, no sabía que tan agudo era su oído.

Ella sonrió avergonzada y a la vez alagada, jamás nadie le había dicho eso, ni siquiera le habían hablado con la amabilidad con que él lo hacía. Las mejillas de él tomaron un delicioso tono melocotón que en conjunto con sus gruesos labios carmesí, era la imagen más perfecta que ella podía ver. Hace tiempo que su corazón había sido sometido a los encantos de él, que se lo había regalado en bandeja de plata sin que él siquiera lo supiera. Era el único que la hacía sentir viva y creía que no podía quererlo más, pero se sorprendía cada día cuando descubría algo nuevo de él que le fascinaba y la hacía alucinar.


—No entiendo —dijo ella dando un nuevo paso hacia él. Su corazón latía cada vez con más fuerza y sentía que el campo magnético que estaba alrededor de ella, lo llamaba con más intensidad— ¿Por qué no has salido corriendo aún?

Aquella pregunta lo desconcertó ¿acaso debería salir corriendo? Ella misma le dijo que no le haría daño y, por alguna razón que no entendía, él confiaba ciegamente en ella; además, no quería alejarse y darle la oportunidad a que desapareciera, tenía miedo que nunca más la encontrara. Ella era algo mágico, único, especial y aunque, según la lógica, él debería temerle a un vampiro, él no podía sentirse más atraído hacia la chica hermosa y maravillosa que tenía en frente. Dio un paso y se acercó ensanchando su sonrisa.

—Dijiste que no me lastimarías y yo te creo —la sorpresa brillo en los ojos de ella y él sintió que su corazón se detenía, que alguien se lo robaba—, dijiste que no me harías daño, por lo tanto, no tengo porqué salir corriendo.

Vio una sonrisa hermosa, amplia y sincera dibujarse en el angelical rostro de la chica vampiro y descubrió quien le había robado el corazón.

Ella.

Ella, con su primera mirada, con aquella hermosa y verdadera sonrisa, con la primera palabra que le dedicó… con su simple presencia, ella robó y se adueñó de su corazón. Ahora latía para ella.

—Gracias… —canturreó y él rogaba que no se detuviera, adoraba oírla— por confiar en mí.

Gracias por existir. Alabó en su fuero interno devolviéndole la hermosa sonrisa que ella le dedicaba.

Ella dio un nuevo paso, pequeños rayos de luz llegaban hasta su piel haciéndola brillar y parecer más irreal aún, si de por sí era hermosa, ahora, con la luz brillando sobre su piel, le parecía lo más perfecto que podía existir. Entonces supo que era aquello que desde el primer día lo hacía sentirse tan atraído a este bosque. Bien sabía que rocas y fósiles podía hallar por montones en otros lugares, no era el único yacimiento de conocimiento e investigación, pero él lo prefería y no era por la paz que le brindaba —como pensó antes—, sino porque desde un principio y sin que él lo supiera, su corazón la estaba buscando, estaba esperándola a ella, a que este momento se hiciera realidad.

Sólo un paso los separaba, sólo un paso era la diferencia que faltaba para tocarla y saber si era real o si se esfumaría como un sueño. Un hermoso sueño.

Temeroso, dio el último paso, sólo centímetros separaban sus cuerpos, sentía que su corazón se había vuelto loco, que en cualquier momento se escapaba de su pecho y se ofrecía como una ofrenda ante ella. Levantó la mano y con delicadeza la llevó hasta su mejilla. Con más cuidado aún, la rozó y se maravilló ante la suavidad casi irreal de la piel de ella. De su mujer. Porque había estado equivocado, el bosque no era de él, sino lo que estaba dentro de aquel lugar. Ella. Sentía una sensación de posesión crecer dentro de él. Era absurdo que se sintiera dueño de ella si ni siquiera sabía si algún día ella podría corresponder este loco sentimiento que había nacido espontáneamente; pero la sentía así, sentía que era suya, que su corazón era de él así como el propio había sido entregado a la vampireza sin esperar que lo cuidara siquiera. Simplemente, se lo regaló sin esperar ni pensar nada.

—Eres real —susurró sin dejar de acariciarla, cada vez lo hacía con más confianza y al ver que ella disfrutaba de su roce, no pensaba dejar de hacerlo. Su piel era fría, muy fría, pero a él eso no le molestaba, al contrario, le parecía esquicito—, al fin apareces, al fin te encuentro.

Sentía que era su corazón loco y entregado el que hablaba, su razón y pudor no hicieron nada por callarlo. Estaba tan encantado de que ella aún siguiera ahí, que no hubiese desaparecido cuando la tocó y que disfrutaba de ese contacto.

Se quedó sin aliento cuando la mano de ella se posó sobre la suya y entrelazó sus dedos con los de él. Supo en ese momento, por la forma en que ella lo miraba, con esa intensidad casi utópica, que el sentimiento no era unidireccional, que lo que ella experimentaba era casi tan intenso como lo que él sentía en ese momento. Ella también lo había estaba esperando, buscando y por fin lo hallaba.

—Y tú también eres real, no te has ido, no me has dejado… aún estás aquí —canturreó derrochando emoción en su voz, encanto, asombro y sobre todo, mucha felicidad.

—Y no me pienso ir.

Llevó su otra mano hasta su mentón y le inclinó la cabeza para poder sentir su fría respiración rozarle los labios. Delineó la línea de la mandíbula de ella con delicadeza. Se acercaron aún más, él sentía como la mano libre de ella se aferraba a su sudadera naranja un tanto desteñida. Vio sus ojos cerrarse ante la espera, el suspiro que soltó lo envolvió en una nube mágica que casi lo vuelve loco. El instinto posesivo se hizo más fuerte.

Mía, mía, mía y de nadie más, se gritaba en su cabeza una y otra vez mientras recorría los escasos centímetros que lo separaban de aquellos labios que parecían llamarlo desesperadamente.

—Tampoco pensaba dejarte ir…

Bisbiseó y él pudo sentir la vibración de sus labios. Fue el toqué final, ya no quedaba paciencia en él, no resistió más y se adueñó de los fríos labios que rápidamente se moldearon a los propios y le devolvieron el beso con intensidad, pasión y entrega. Pronto, la fría piel de ella tomó temperatura y él la estrechó con más fuerza entre sus brazos. Sentía que la cabeza le daba vueltas, el beso era embriagador, como toda ella en sí. Era la mejor experiencia que había vivido y no permitiría que fuera la última.

Mía, se repitió una vez más. Y para siempre.

domingo, 4 de octubre de 2009

My dream

No sabría decir que era lo que más me gustaba de él, si eran sus hermosos y penetrantes ojos, o eran sus rubios y delicados cabellos, pero en fin, sin querer queriendo me terminé enamorando de un desconocido, que sólo vivía en mis hermosos sueños de los cuales nunca quería despertar, en fin, ese era mi dilema, soñaba por encontrar a esa persona, pero nada, en mi afán por tratar de olvidarla de mi mente, me deje llevar por la literatura, todos los días iba al parque a sentarme en la banca más apartada a leer, veía como las parejas se besaban, y como sentía envidia de eso, pero al meditarlo se me pasaba, siempre pensaba que alguien llegaría a mi vida, tarde o temprano, pero, pasaron los meses, y yo seguía sola, mis amigos andaban todos pololeado, yo me miraba al espejo y decidía que yo no era tan fea como para no tener a nadie que le guste, pero mis esperanzas empezaron a caer no del todo pero a decaer, y ser mínimas, las chicas menos agraciadas tenían novio, y unos novios hermosos, pero yo nada, ya me estaba acostumbrando a mi vida, cuando accidentalmente, iba leyendo por el parque el cuál ya conocía de memoria y pase a chocar con alguien, y accidentalmente me empecé a tambalear hacia atrás, el instantáneamente paso una mano por mi cintura y me agarro firmemente de la mano en ese mismo instante nuestros ojos hicieron contacto visual, y era el mismo chico de mis sueño,- no puede ser, dijimos ambos,- te conozco,-creo que si, pero en un sueño,- así que tu también soñaste conmigo como yo contigo, en ese preciso momento nuestros nombres salieron a la luz,- Consuelo,- Zac,- hermosa combinación, ¿no lo crees Conzhu?,- Creo que si Zac, pero en ese momento nuestras manos se juntaron y el roce produjo como un corte circuito en todo mi sistema, mis neuronas no procesaban nada, hasta que Zac en su intento de sacarme de choc me besa, descaradamente, sin permiso, pero igual se lo di, mis brazos se movieron solos hasta rodearlo, estaban como abrazándolo, pero el me agarro con más fuerza apoyándome contra un árbol, un gran y hermoso árbol que allí había. Por fin mi sueño se convirtió en realidad.

Wrong Song

El cuarto a oscuras, sólo una tenue luz sobre el escritorio. Algunas hojas sueltas, una canción a medio terminar, mi guitarra negra sobre las rodillas, y mi novio de años esperándome para dormir.
Aunque moría de ganas, la falta de inspiración me impedía recostarme a su lado. Eran esos los momentos en que odiaba, con todo mi ser, el importante contrato que me ataba a aquella butaca.
Hubiera dado cualquier cosa por enredarme alrededor de su cuerpo, como lo hacía cada vez que él se quedaba a pasar la noche conmigo, pero esta vez debía terminar la bendita canción, no podía distraerme.
— ¿Todavía no acabas? — susurró en mi oído haciéndome sobresaltar.
— Joe — levanté mi zurda para acariciar los rulitos de su cuello, aún con la vista fija en los tachones del papel — No escuché cuando te acercaste.
— Estás muy concentrada — rió apoyando su mentón en mi hombro mientras disfrutaba de mis caricias.
— Es que debo terminarla — me quejé — Mañana tengo reunión con Samuel y no logro conseguir nada bueno.
— Quizás pueda darte algunas ideas — aventuró con picardía a tiempo que comenzaba a repartir algunos besos sobre la piel desnuda que tenía a su alcance.
Giré sobre la butaca, sin siquiera soltarlo, y capturé sus labios con ternura. La cabeza iba a estallarme pronto, y nada deseaba más que pasar un tiempo tranquilo con mi novio, antes de dormir.
— No puedo, amor — me lamenté separándome con dificultad — en serio debo terminar — me miró suplicante durante unos segundos, y luego su expresión cambió— Ay no, dime que no estás molesto… — me asusté.
— Molesto no, Cami, estoy harto — me espetó incorporándose de golpe — Siempre el trabajo es primero, ¿Hace cuanto intentas terminar con esa bendita letra?.
— Joe, por Dios — intenté calmarlo y evitar que comenzara a juntar sus cosas — bien sabes que esto no es mi culpa, ¿Qué más quisiera que estar contigo en paz, sin tener la cabeza inmersa en el trabajo?, creí que justamente tú ibas a entenderlo…
— Juro que lo intento, pero no logro entenderte — su mirada era ruda, y las lágrimas comenzaban a agolparse, nublándome la vista.
— Dime que no estoy escuchando lo que creo estar escuchando Joseph, por favor — le rogué al borde del llanto.
— De verdad me gustaría que todo fuera diferente, Cami, pero así no puedo continuar —dijo abrochando los botones de su camisa.
— Amor, ¿Qué estás diciendo?, Es un chiste, ¿cierto? — pregunté con desesperación, buscando abrazarlo.
— No Camila — sus brazos me alejaron sin dejar de lado la delicadeza habitual — Perdóname, pero creo que lo mejor va a ser que olvidemos todo esto.
— ¿Olvidarnos de todo? ¿Estás loco?. Joe yo te amo, no puedes pedirme semejante cosa — sollocé.
— También te amo Cami, pero créeme que es mejor así — aseguró besando mi frente y alejándose con rapidez antes de que pudiera replicar.
Comencé a retroceder de forma inconciente hasta lograr arrojarme sobre la cama con ambas manos cubriéndome el rostro, dándome el espacio para poder llorar con libertad.
No podía ser cierto. Seguramente iba a despertarme de aquella horrible pesadilla y Joe estaría sonriendo a mi lado, disfrutando verme dormir como cada mañana.
Sin embargo, todo era demasiado real. Mis pies descalzos sentían el frío que el parqué les trasmitía, y, al levantar la vista, pude descubrir que aquellos papeles sobre el escritorio seguían atormentándome.
Maldecía mi estúpida falta de inspiración, pero, sobretodo, maldecía a Samuel. Por culpa de sus exigencias, Joe se había marchado y eso me hacía sentir fatal.
La sobrecarga de trabajo había conspirado contra mi noviazgo, y yo misma había ayudado, auto exigiéndome más de lo debido. Quizás era eso a lo que mi novio, o tal vez “ex”, se estaba refiriendo.
Sequé mis lágrimas con violencia, y me incorporé de golpe para volver a caminar hacia la butaca que me había tenido presa durante tantas horas. Me sentía morir por dentro, aún así, tomé un papel en blanco y comencé a escribir algo totalmente diferente.
Sabía que no serviría de nada, pero, sinceramente, esa fue la única manera que encontré para descargarme. Debía expulsar todo el dolor, dejarlo salir, y sólo así podría volver a poner mi atención en aquella estúpida letra que había arruinado mi noche.

Me dolía el cuello, sentía los ojos hinchados y un tirón bastante incómodo en mi espalda. La guitarra me pesaba sobre las piernas, y mi mejilla izquierda se encontraba totalmente entumecida.
Me había quedado dormida sobre el escritorio, y, ahora que despertaba, los recuerdos volvían, estrujándome el corazón.
— ¡Maldición! — exclamé al ver la letra, todavía sin terminar.
El reloj marcaba las 7am. En dos horas tenía una importante reunión y aquel perverso trozo de papel parecía querer seguir burlándose de mí.
Sin prestarle demasiada atención, y buscando que mis nervios continuaran en su lugar, me incorporé con decisión para dirigir mis pasos hacia el baño. Una ducha era lo que necesitaba. Tal vez, si lo hacía con suficiente rapidez, tendría todavía algo de tiempo para que la inspiración apareciera de repente. Debía hacerlo si no quería que mi pelea con Joe hubiera resultado completamente en vano.
Luego de unos minutos, en los que intenté poner mi mente en blanco, detuve el correr del agua y me envolví en una suave toalla, pretendiendo no demorarme en exceso.
Mis pies me condujeron otra vez hacia el escritorio, y, un rápido vistazo, me sirvió para descubrir un pliego que había pasado inadvertido ante mis ojos la primera vez. Leí cada una de las palabras que se encontraban escritas en él, y las lágrimas volvieron a querer recorrer mis mejillas.
La lírica expresaba, todo lo que sentía en esos momentos; era una canción agotadora, aunque sinceramente hermosa.
— Tal vez… — medité en voz alta antes de doblar la hoja, guardarla en mi cuaderno, y dirigirme al vestidor, dónde elegiría mi atuendo para la reunión.
“¡Es increíble! ¿Cómo es que se te ha ocurrido? ¡Será todo un éxito!”, fueron las palabras de Samuel al leer aquello que había escrito en un momento desesperado y casi inconciente.
Todavía sonreía amargamente al recordar su expresión, mientras recorría los pasillos de vuelta a mi departamento. Si tan sólo supiera que esa canción era el resultado del momento más doloroso de mi vida, realmente dudaba que estuviera tan feliz por mí.
Arrojé mi bolso sobre el sillón, las llaves sobre la mesita, y me detuve frente a la imagen del espejo en el recibidor. Las ojeras que decoraban mis hinchados ojos eran impresionantes y, en un acto reflejo, casi corrí hasta la habitación en busca del corrector.
Me extrañé al encontrar la puerta del cuarto cerrada, y volví a frenar mis pasos intentando recordar el momento en el cual había decidido dejarla así. Probablemente lo había hecho sin pensar, todo lo que estaba ocurriendo me tenía extremadamente ida, y quizás sólo había sido otro momento más de inconciencia.
Aún estaba algo pensativa cuando giré con cuidado el picaporte, razón por la cual, lo que sucedió a continuación, me tomó totalmente por sorpresa.
Un tirón de muñeca logró tumbarme sobre el blanco acolchado que cubría mi cama, y creí estar alucinando al ver la figura de Joe, justo sobre mí.
— Joseph… ¿Qué…?
— ¿Fuiste a la reunión? — me interrumpió de repente.
— S-si, cla-ro — titubeé.
— ¿Y? ¿Qué dijo Samuel?, ¿Le gustó la canción? — preguntó con un marcado entusiasmo que no lograba comprender.
— Le encantó… ¿pero que…? — Sus labios me impidieron seguir hablando, capturaron los míos en un beso que, aunque sonara estúpido, había extrañado — No entiendo… — dije, casi en un susurro, ejerciendo presión sobre sus hombros para lograr separarlo.
— A veces es más fácil escribir una canción cuando tienes el corazón roto — sonrió, para luego dirigir sus labios a mi cuello.
— ¿Estás insinuando que todo lo que sucedió anoche fue sólo una pantomima para que lograra terminar de escribir? — razoné volviendo a separarlo.
— No me lo agradezcas — carcajeó haciendo fuerza con sus brazos a ambos lados de mi cuerpo, para mantenerse en posición.
— No voy a hacerlo — sentencié algo molesta — Joe…yo…de verdad la pasé mal.
— Oh, lo siento, linda — se disculpó levantando su diestra para acariciar mi mejilla — sólo quería que Samuel viera la increíble compositora que tiene a su lado.
— También yo — admití — Pero no de esta forma…
— De verdad lo lamento — repitió — Lo que menos quería era hacerte sufrir…Ahora, ¿cómo crees que pueda compensarte? — preguntó con picardía, a tiempo que volvía a capturar mis labios y su mano comenzaba a colarse por debajo de mi camisa, produciéndome un placentero escalofrío.
— Ok, ok, que me compenses así no es una mala idea — lo interrumpí sonriendo — Pero también debes prometerme algo…
— Lo que quieras.
— Prométeme que jamás intentarás ayudarme con mi trabajo otra vez – dije enredando mis brazos en su cuello para jugar con sus rulitos.
— Prometido — aseguró antes de volver a besarme y continuar con su recompensa.

Wrong Song